
El 10 de enero de 1991 a Libero Grassi, siciliano de Catania, se le acabó la paciencia que lo mantenía vivo. Grassi tenía una tienda de pijamas para hombre en Palermo. No le iba mal, pero a él y a muchos como él les iría mejor, pensaba, si la mafia no hubiera decidido ayudarles. El pizzo es eso: pagas para que te protejan de los mismos que te cobran. La mitad de los comerciantes de la hermosa capital de la isla lo pagaba, así que cuando Libero compartía su indignación con sus vecinos todos cabeceaban tan solidarios como resignados. Pero el señor Grassi, a diferencia de sus vecinos, no creía que la verdadera indignación pudiera ser silenciosa. Así que aquella mañana envió una carta al Giornale di Sicilia con este encabezado: «Querido extorsionador».