
Francia inventó la derecha, Francia inventó la izquierda y ahora Francia ha inventado el centro. La victoria de Macron en 2017 podía atribuirse a la fortuna, pero su reválida cinco procelosos años después certifica la vigencia del invento. Sabemos que Macron es de centro porque no solo enoja a la extrema izquierda y a la extrema derecha sino también a socialdemócratas y conservadores, cuyas herramientas de sexado ideológico revelan su obsolescencia al contacto con el vencedor. Toman a Macron, lo desvisten, lo giran, le aplican la herramienta y… nada. ¿Facha o rojo, republicano o bonapartista, neoliberal o jacobino, globalista o -lo peor de todo- arrogante sin más? Macron es un lío desesperante para víctimas de la disonancia cognitiva, un cubo de Rubik ideológico que hace perder la paciencia al hombre de ayer, que es todavía el hombre de hoy, quizá porque Macron es el hombre de mañana que extrañamente gana elecciones en este gozne entre dos mundos que articula los albores del XXI.