
La temporada parlamentaria concluyó sin ofrecer al público ningún final sorprendente. Las líneas argumentales mantienen sus inercias más reconocibles a la espera de que 2022 detone el ciclo electoral: confiemos en que para entonces los guionistas recuperen la creatividad perdida. Y si no ya lo hará la realidad, que últimamente no deja espacio alguno a la ficción.
Recapitulemos los relatos que tratan de interpretar los diferentes actores ante un respetable cada vez menos paciente y más angustiado. Sánchez, que no es Dickens, nos cuenta que España se vacuna mucho, crea mucho empleo y presenta tal impulso reformista que Europa, rendida al bíceps del galán sureño, se ha licuado encima con la remesa de fondos más madrugadora del continente. En su juego de bolitas nuestro tahúr mezcla como siempre alguna verdad -que no es mérito suyo, como la disciplina del españolito para el pinchazo- con varias trolas, pero sus manos ya no se mueven como antes. Sus respuestas en las sesiones de control a la oposición siguen siendo comentarios de texto a las preguntas de Casado, pero ya no finge escándalo ante el fascismo con la misma pasión. En el Senado, un escrúpulo fonético tembló en su garganta mientras trataba de sostener que los españoles pagamos la misma factura de la luz «descontada la inflación». Incluso en un momento de debilidad navideña le reconoció a Casado que venía «más calmado». Cerró el duelo con el líder del PP regresando al guion, llamándole a la meditación benedictina y pidiendo que le echara esa mano puramente retórica que ni loco tomaría.