
Todas las decisiones que está tomando Sánchez, desde la purga de Iván hasta el bono cultural, nacen de la ardua digestión del mayo madrileño. Sánchez, que ha alcanzado ya el último estadio del sadismo -humillar a los que te aman-, desmiente ahora aparatosamente al entrañable orfeón sanchista que se apresuró a corear el día después de la debacle: «¡Los resultados de Madrid no son extrapolables!». Pero quien hoy los extrapola sin piedad, entre los crujidos como de cintura de Alkorta de sus rígidos defensores, es Sánchez. Y si tiene que remedar la oficina del español de Cantó o agitar el tintineante monedero del Estado ante la muchachada punk que engordó la facturación electoral de Ayuso, lo hace.
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