
Después de ver a Italia, a Francia, a Portugal e incluso a Gales metiendo goles, esa maniobra inalcanzable para el combinado de Luis Enrique que consiste en situar la pelota por detrás de la línea de meta, a nosotros se nos pone cara de niño de posguerra mirando el escaparate de una confitería. El sentimiento colectivo hacia la Selección está regresando a ese punto de gravedad ibérico que oscila entre el fatalismo y la guasa. Habrá mucho zoomer educado en el ciclo triunfal de España al que esta frustración le resulte novedosa; pero quienes llegamos a usar las cabinas para llamar a la novia estamos experimentando la dulce nostalgia del fracaso.