
Se dice que el problema de España son sus élites, la pésima calidad de su clase dirigente hoy como ayer. El tópico nos pinta individualistas y gregarios a un tiempo, recelosos de liderar y de que nos lideren, un país de miopes tácticos que no produce estrategas. Pero quizá nuestros políticos y empresarios y clérigos y periodistas no son peores que los de países vecinos. Quizá falla el ecosistema que los cría, los junta y los revuelve. Un perverso engranaje de incentivos que premia la picaresca para acceder y el clientelismo para mantenerse, que castiga la autonomía de criterio y disculpa los éxitos personales solo cuando viajan camuflados en la militancia colectiva, adscrita a una tribu homologada. A la intemperie y en soledad aquí no triunfa ni Dios. Y si lo hace, no se le perdona.