
Uno entiende que Sánchez le parezca invencible a Sánchez, pero tras el defecto Illa y el efecto mariposa murciana uno no acaba de comprender que se lo siga pareciendo a los demás. Y entre los demás hay que incluir la pereza analítica del tertuliano, la avidez de fondos de la patronal y la desesperación terminal de Cs, cuyas maniobras de autolesión presuponen la aceptación de la inevitabilidad del sanchismo: «Seamos su muleta porque es el que manda y el que mandará». No, hombre. Es como si de tanto repetirlo para epatar a los cuñados medrosos el personal hubiera asumido que efectivamente hay Sánchez para una década. Cuando a la vista está la evidencia de que, con Iglesias fuera y Ayuso dentro, ha comenzado el principio de su final.