
En una sociedad libre el jarabe democrático mana exactamente de la punta de la porra de un antidisturbios. Es algo que aprendimos todos, pero es preciso recordarlo desde que Podemos accedió a la oposición y después al poder. En mi sociedad ideal, naturalmente, ni hay antidisturbios con porra ni hay antifascistas de adoquín -ni tampoco peritos de seguros, si a eso vamos-, pero en presencia de los segundos solo cabe agradecer la labor de los primeros. Nos pasa como a Ian McEwan cuando le preguntaron cómo un escritor de su talla podía apoyar la guerra de Irak de George W. Bush: «Yo sería pacifista si todo el mundo fuera pacifista», contestó.