
Nadie imagina triste a un muñeco de nieve. Se le redondea generosamente el cuerpo, se le planta la zanahoria en la cara y se le curva la sonrisa con una ramita de acacia rescatada del asfalto. ¿Asfalto? El asfalto ha desaparecido de la jungla de asfalto. Madrid ha dejado de ser una metrópoli para ser de nuevo aldea, poblachón sencillo donde los madrileños -¿habrá que repetir que madrileños son todos los españoles y buena parte de los extranjeros?- se divierten hasta extremos medievales como en un cuadro de Brueghel. Fue pintor de la peste y del invierno, de modo que ninguna modelo puede posar para Brueghel tan airosamente hoy como Madrid, con su piel blanca y su alma sufrida.