
Asegura Landaluce que si hoy soltáramos en una barriada de Vallecas a Pablo Iglesias y a Juan Carlos de Borbón, el rey con olor a pueblo concitaría aplausos y selfis mientras que el plebeyo con ínfulas de marqués tendría que salir escoltado. Sospecho que Emilia acierta, y que su experimento de democracia directa pondría a la historia de Podemos el colofón populista que la historia reserva a los impostores. Los vallecanos sabrían distinguir entre aquel que se sirvió de ellos y aquel que los sirvió a ellos, al menos hasta que se perdió en pos del vil metal y el eterno femenino, pasiones desde luego más populares que el compulsivo visionado de series de politología francesa.