
En España había tres reyes, dos reales y uno aspiracional. El primero fue enviado al exilio. Otro fue vetado en la segunda ciudad del reino. Y el tercero está a punto de coronarse a sí mismo como un Napoleón trucho, para lo cual necesita cumbres con banderas, ningunear al titular de la legítima dinastía y caminar olímpico sobre la pandemia como Cristo sobre aguas tormentosas. Solo puede quedar uno.
Un rey no tiene por qué dar explicaciones en el Parlamento, de modo que Sánchez se fue a Bruselas a una reunión cancelada. Ya se fue una vez a Washington y se perdió por el camino. En Washington no le echaron de menos y en Bruselas le echan de más cuando aparece por allí mendigando como un sablista astroso de Luces de bohemia. La socialdemocracia nórdica le señala: el rey del sur va en pelotas, pero él sigue ciego su camino, que diría Arcadi. Ciego de soberbia guía a una España ciega de estupor y una fosa enorme se va abriendo allí delante, en el invierno de nuestro descontento.