
España.
Dos temores atávicos gobiernan la opinión pública en España: el miedo a que te llamen facha y el miedo a que dejen de considerarte de izquierdas. Parecen el mismo miedo pero no lo es, porque el primero se combate sacrificando la razón y el segundo sacrificando la valentía.
El primer arquetipo es Manolo, español de orden, conservador por inercia, votante automático del PP, propietario de un Land Rover diésel con el que sale a cazar cuando puede y asiduo a una timba semanal de póker donde no faltan el cubata, el jamón y los chistes verdes. Le gusta la Constitución y tararea el himno en los partidos. Se ha pasado toda la vida siendo Manolo sin traumas, pero hoy percibe el creciente desprecio de la oficialidad a su forma de vida. Entonces surge un astuto partido que le susurra no solo que la manolidad es legítima, sino además que la no-manolidad es propia de malos españoles. Ese partido dice cosas con las que Manolo antes no estaba de acuerdo, pero las acaba asumiendo porque le gustaría parecerse al líder de ese partido que, cuando es atacado, no se rebaja a explicarse sino que redobla la agresividad. Manolo ha hallado al fin la manera de espantar su miedo a no ser aceptado: salir al ataque de los que no son como él. Que el miedo cambie de bando. La sensación de viajar en esa espiral es embriagadora. Ahora sigue la política cada día a través de redes y chats.