
Madrileñeando.
Madrid, tres meses después, es una comunidad de 8.691 cadáveres y 70.521 contagiados según las últimas estadísticas oficiales. Hoy sabemos que son oficiales o son veraces, pero nunca ambas cosas a la vez. Mientras el Gobierno parece poner un delicado empeño en confundir lo máximo posible a los ciudadanos respecto del número real de víctimas de la covid -merecen al menos el póstumo homenaje de que alguien las cuente bien-, los madrileños se echan a la calle a secarse las cicatrices al sol.
Ningún lugar ha sufrido tanto como Madrid y ningún origen despierta tanto recelo llegada la hora de la libertad de movimientos. Es decir, de la libertad a secas. Si la aporofobia es el rechazo al pobre, la madrileñofobia es el rechazo al centralista que, enfermo positivo o solo imaginario, no hace el favor de quedarse en su piso hasta que se patente una vacuna sino que se escapa al pueblo para aterrorizar a los ancianos de la España vacía. Pero los madrileños, que son los últimos en salir, serán los primeros en llegar hasta el último rincón de un país que hay que redescubrir entero tras una pertinaz reclusión. El drama de Madrid es el de todos y su renacimiento también.