
Tinglado.
Para compensar que el fútbol ha vuelto con las gradas vacías, al Congreso han regresado los aplausos de bancada. El decibelio gregario es un marcador decisivo para calibrar el estado de ánimo de los grupos o tribus parlamentarias. Así sabemos, por ejemplo, que la bancada del PSOE aplaude con más ganas a Pablo Iglesias y a Marlaska que a cualquier otro, incluido el jefe del tinglado o presidente del Gobierno. A Iglesias lo aplauden por el turbio placer de la agresividad, ese jugador destructivo que uno quiere siempre en su equipo, porque contra el PP nadie frunce el ceño como él; a Marlaska, por la pulsión de la piedad y el desagravio, porque urge aparentar que lo suyo ya pasó.
Sánchez se cargará a su pararrayos de Interior cuando no le quepa una descarga más, pero nadie le quitará la ovación que cosechó cuando replicó a Macarena Olona, que había aludido a un bochornoso episodio acaecido en Bilbao hace 20 años en el que arraigaría el odio de Marlaska a la Benemérita: «Sea valiente y diga lo que hice o dejé de hacer. Hace mucho tiempo me libré de la dictadura de la mirada ajena, pero también de los silencios». Primer mandamiento del populismo: lo personal es político. Segundo: cuando hayas perdido la razón, inténtalo con la pena. Estos dos mandamientos se resumen en uno: camuflarás siempre tu brutalidad de cursilería.