
Cantante.
No basta con que Plácido Domingo pierda su futuro: es preciso que pierda también su pasado. Domingo es un ídolo de otro tiempo, uno ya remoto en que la ejemplaridad del artista importaba mucho menos que su talento, y los ídolos antiguos han de ser derribados para que los escribas del nuevo tiempo puedan anunciar su evangelio. A ese antiquísimo procedimiento de sustitución por el que todo poder constituyente reescribe un ayer inicuo para legitimar un hoy brillante los romanos lo llamaban damnatio memoriae, y en el caso de Domingo ya está en marcha: el Palau de les Arts de Valencia, que tanto le debe, se ha entregado a la penitencia de las vestales moradas -no en vano es el color de la cuaresma- y no solo ha suspendido todas las funciones del tenor sino que ha retirado su nombre al centro de perfeccionamiento. Es improbable que de ese centro salga un cantante tan perfeccionado como Domingo, pero al menos los mediocres del futuro no habrán sido formados bajo una advocación herética.
Quema tu biblioteca, Jorge. Haz sitio en tu hilly-Drive para las obras completas de Echenique (en preparación). No de Bryce-Echenique, claro.
Malbarata tus discos en El Rastro. Prepárate para el reggaetón adanista, en su caso.