
Vuelve.
Vuelve Zidane y vuelve ya mismo, y la noticia no es tanto lo primero como lo segundo. Sabíamos que la elección oscilaba en las últimas horas entre Zidane o Mourinho, la cabeza o el corazón, el consenso o el conflicto, el voto racional o el voto de castigo. Ni Pochettino ni Klopp se habían puesto realmente a tiro de contrato ni el Real Madrid se podía permitir otro Lopetegui. De modo que el retorno del francés se imponía como la feliz recomposición de un matrimonio natural que nadie sabe a ciencia cierta todavía por qué se rompió.
Es posible que Zidane tenga ahora que explicar de una vez la razón de su ruptura. En todo caso quedará bien explicada con la elocuencia de los hechos: con sus descartes y con sus fichajes este verano. Pero si los segundos matrimonios son victorias de la esperanza sobre la experiencia, ambas conviven en el regreso de quien le dio al Madrid nueve títulos en dos años y medio. El entrañable antimadridismo, gran parte del cual milita sin saberlo dentro del madridismo, se ha apresurado a descalificar la vuelta de Zidane con científicos argumentos del tipo «nunca segundas partes fueron buenas» o «es un gestor de egos que tiene flor».