
Héroes cansados.
A un equipo que no se respeta a sí mismo le termina perdiendo el respeto hasta la tecnología. Eso le ocurre al Madrid, por más que el aficionado sienta la tentación de buscar consuelo en el más justificado de los ataques al VAR. El error en el penalti a Vinicius -¿germen de Robinho, Savio o Romario?- es peor que un escándalo: es prevaricación. Pero aunque el Madrid hubiera empatado el partido, condenar al madridista a no subestimar los empates es mucha condena cuando se viene de ganar cuatro Champions en cinco años. O quizá esta saciedad de gloria explique precisamente la agonía de sentido del juego y de sentido de la vergüenza que vemos jornada tras jornada. Son camisetas blancas pero parecen chalecos amarillos protestando sin jefes ni programa contra el orden y la razón.
Señalar un culpable individual de un problema complejo es una ordinariez propia de vagos mentales y de populistas, valga la redundancia. Errores hay muchos, desde la planificación de la plantilla a las decisiones de Lopetegui pasando por el caciquismo de los mandamases del vestuario o la degeneración de jóvenes geniales en viejos abúlicos: Isco y Asensio pugnan por el papel protagonista en la segunda parte de Benjamin Button. Solari solo es culpable de aceptar un reto envenenado sin la colaboración de demasiados de sus jugadores, que asumen su autoridad pero no la respetan.