
Por Rodin.
El Doctor Sánchez es un hombre que inhibe las emociones para que no estorben a su ambición, lo cual dificulta el traslado de su genuina catadura a los lectores. Pero hay que seguir intentándolo antes de que una poderosa propaganda nos deposite narcotizados en el arranque del ciclo electoral. Apunten un gesto revelador: cuando la nube de fotógrafos se arremolina frente a su escaño, el Doctor toma la pluma, levanta un papel con la mano izquierda y hace como que escribe con la derecha, forzando un rictus de abisal concentración. Pero la pluma no se mueve. Ni siquiera plagia un garabato infantil para dar pena en Instagram: nada. Aguanta la pose diez segundos: uno, dos, tres… el hieratismo es perfecto, con una solemnidad de cariátide, y casi con los mismos escaños. Hasta que Ana Pastor reanuda el pleno y él se dispone a contestar a la oposición. Lo hace a disgusto recordando el nocaut de la semana pasada, consciente de que es tan buen dialéctico como investigador en diplomacia económica: él está cableado más bien para dar mítines. Por eso se pregunta si, una vez hechas las fotos, no será todo lo demás una pérdida de tiempo. «Si yo, que soy el presidente del Gobierno, no soy diputado, ¿qué importancia puede tener esta Cámara?»
Después del trile bananero de la víspera, yo confieso que acudía al Congreso más que nada para comprobar que seguía abierto. Que el Doctor todavía no lo ha cerrado. Los pretorianos del sanchismo -qué bochornoso destino, exclaman los pianistas de burdel- se apresuran a añadir: «¡Oiga, que el PP también coló reformas de calado en textos ajenos con la tramitación avanzada!» Lo hizo, con abrumador respaldo en las urnas, pero lo hizo, para su vergüenza. Ahora bien. Lo que no ha hecho nadie nunca es sustraerse a los contrapesos democráticos de la Mesa del Congreso y del Senado por la única razón de que allí no manda él; lo que no ha hecho nadie nunca es parasitar el consenso político que suscitan las mujeres maltratadas (el único que queda) para colar sus Presupuestos Generales del Estado, es decir, para concederse unas semanas más en La Moncloa fabricando humo de colores; lo que no ha hecho nadie nunca es burlar el Poder Legislativo porque los españoles no le han votado lo suficiente; lo que no ha hecho nadie nunca es deformar los límites constitucionales para apuntalar esa herejía del socialismo que es el sanchismo.
Dónde va con sus comparaciones entre Santamaría y Calvo, hombredediós. Puede que la última haya desarrollado en los últimos tiempos algo que más que arrogancia se le antoja a uno impaciencia con las entendederas de los contricantes. El asunto es que a un Parlamento no se va a persuadir a nadie: esa es la misma falacia que amargó (y nos amargó) a su antepasado triunfador de oposiciones M Fraga. Quizá tenga tiempo de pensar en eso y su fracaso -cantado- en Cataluña La otra señora me recuerda, aparte de un insulto muy muy grosero de su tierra, el egabrense de profundis que Juan Valera deja caer en su correspondencia cuando era embajador en Washington: «las mujeres gustan de que se las lleve el diablo, a poder ser en el cubo de la basura». Bueno, bueno: quizá sólo estaba ensayando la traducción de una conocida expresión lugareña. O pensando en el sobrino que le habían encasquetado, que debía ser de traca. O, mira tú, tal vez las mujeres que se movían por el Beltway eran ya de armas tomar. Aunque uno piensa en la protagonista de una novela contemporánea de la embajada de Valera, el `Retrato de una Dama´, y sí se ve la waywarness ingénita de las criaturas. Como yo soy de buen corazón y no me interesa dejar rabiando a la señora Calvo, le aconsejaría que se leyera, o tal vez releyera `La feria de los discretos’ donde Baroja sigue con admiración (no es normal ¿eh?) el estoicismo de unas tronadas cordobesas. Es otro tono, aceleradas mías