
Palco y tribu.
No gana el Barça para disgustos. Primero encarcelan a su presidente más votado. Después Messi suma a sus cinco Balones de Oro una condena firme del Supremo, palmarés ya inalcanzable. Para remate, el equipo del procés se alza con el título que lleva el nombre de un monarca español. Su roussoniana afición, ajena a las prolijidades jurídicas de la transitoriedad, lo celebró jubilosa, y el capitán recogió agradecido el trofeo de manos del Rey en lugar de devolverlo cabalmente, como haría el delegado de cualquier colonia orgullosa de su lucha.
Sí, se pitó el himno. Y esa pitada es lo más cerca que va a estar el separatismo de dar un golpe de Estado. Emitir un silbido prolongado al sudado abrigo de la masa no constituye, digamos, la clase de gesta que pintaría Delacroix. El Derecho Comparado no tiene noticia de ninguna nación que lograra constituirse en Estado a base de pitidos. Don Felipe en esos trances aparece con rostro serio, pero por dentro se encontrará devorado por la ternura. Sabe que ningún Borbón reciente se enfrentó a republicanos más inofensivos.