Archivo diario: 16 mayo, 2016

El amor caníbal de D’Annunzio

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D’Annunzio, el primer narciso satánico.

Ya su nacimiento fue heroico y maldito, pues venía el niño con tres vueltas del cordón umbilical alrededor del cuello. Sobrevivió a esa y a emboscadas aún peores, la mayoría de ellas tendidas por su propia, retorcida egolatría. Triunfó en todo -en el periodismo, en la literatura, en la guerra, en el amor- y sobre todos. Conquistó la cima de la estética y paseó por las simas de la inmoralidad. La nación le concedió unánime el sobrenombre de Il Vate, y eso fue mucho antes de que Mussolini le otorgase el principado de Montevenoso después de haberle llamado, preso de admiración, «el Juan Bautista del fascismo», digno de los funerales de Estado que le organizó. Si bien el aludido, siendo diputado, prefería el sencillo título de «candidato de la belleza».

Bajito, alopécico y cargado de hombros, tuerto tras el accidente del avión que pilotaba, su voz y su palabra sobraron para domeñar a las masas como para rendir a mujeres de toda extracción, del palacio lampedusiano a la escena teatral. Con mechones de sus cabelleras -se decía- confeccionó el relleno de la almohada sobre la que reposaba todas las noches, después de beber buen vino de una copa -se decía- fabricada con el cráneo de una joven que se había suicidado por amor. Su nombre de pila era Gaetano Rapagnetta, pero el mundo lo conoció como Gabriele D’Annunzio (1863-1938). Satánica majestad, pero de veras.

De un molde entre Byron y Bonaparte, a D’Annunzio no le bastó con ser considerado el mejor poeta desde Dante: tuvo que ponerse al frente de 2.000 hombres, reconquistar Fiume a Croacia y fundar allí un estado protofascista, una especie de Síbaris o Nínive de orgías cotidianas con acentos marciales, saludos a la romana -él los recuperó- y uniformes luego imitados al por mayor. La editorial Fórcola ha publicado sus crónicas periodísticas y su correspondencia amorosa con Barbara Leoni: si, para muchos, las primeras fundan el género de la moderna crónica mundana, la segunda instituye el canon del amor fou, y quizá no ha sido superada como monumento de la literatura epistolar erótica.

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16 mayo, 2016 · 12:58

¿Quién teme a Trump?

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Populismo yanqui.

Alguien que conoce a alguien que almorzó con Trump me contó esta semana el desconcierto privado con que el propio candidato asiste a la disparatada espiral de su éxito. A Trump, un mega-Pocero, le empieza a inquietar la victoria, cuando tanto le divertía esta campaña perpetua que de paso relanza la marca del emporio: la genuina razón de su entrada en política. En Europa, el éxito hay que esconderlo; en España, directamente, se recomienda vestir de arpillera y rogar al público perdón antes de regresar al chalet a hurtadillas. Pero en un país que adora a los triunfadores cuanto más alardean de su triunfo -porque cualquier caso práctico que prolongue la vigencia del sueño americano es recibido con esperanza y no con envidia-, que un supercuñado con posibles fuera catapultado a la disputa verosímil por la Casa Blanca sólo dependía ya de tres condiciones objetivas.

La primera es política. Trump se alza con la nominación porque sus rivales republicanos eran sencillamente peores que él. Rubio carecía de discurso y Cruz era un telepredicador de Salem a cuyo lado Trump parecía Tocqueville. Por no hablar del hartazgo respecto de la dinastía Bush.

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16 mayo, 2016 · 12:50