
¡A los molinos!
Ahora que Podemos lo ha apostado todo al rojo confluyendo con IU, las miradas todavía anhelantes de nueva política -una que sepa contar a partir de 1989, al menos- se vuelven hacia Ciudadanos, esperando que se sacudan de una vez su ambigüedad proverbial, tiren la calavera al suelo y decidan de una vez si son o no son. Y en el caso de que finalmente sean, qué es eso que son. Pero Ciudadanos no va a hacer nada parecido porque Ciudadanos es un partido de centro, artefacto muy poco español cuya principal ventaja y cuya principal condena consiste justamente en la indefinición ideológica a cambio de la inteligencia pragmática.
La formación naranja nació en Cataluña como partido netamente ideológico, pues vehiculaba la voz oprimida de los no nacionalistas en un entorno hostil. Pero al expandirse por toda España, a la defensa de la unidad ha ido incorporando otros ingredientes que, seleccionados unos del capazo zurdo y otros de la alforja derecha, componen un recetario efectivamente mixto, equilibrado. Defienden la laicidad pero también los símbolos nacionales, los vientres de alquiler y la supresión de las diputaciones, la rebaja fiscal y la renta de inserción, la voluntad de pacto y la firmeza contra populistas y separatistas. En un país cuya industria más próspera es la del etiquetado binario, donde troquelamos fachas y martilleamos rojos como si lo fueran a prohibir, el centro nunca lo tendrá fácil. Y en campaña lo tiene todavía peor, porque una campaña no es más que un ejercicio premeditado de polarización a través de las emociones del electorado, y en esa orgía la cordura se torna sospechosa y quien matiza penaliza.
Esta semana el Parnasillo de Herrera en COPE lo ocupa el infinito Borges