
Plegaria.
Era fácil poner a Carvajal en lugar de Danilo, pero más fácil es decirlo ahora. Si al pobre Danilo le dijeran ahora que sale con Forlán y Messi en los papeles de Panamá le harían un favor, del mismo modo que cuando nos pillamos los testículos con la tapa del piano se nos olvida la jaqueca. Pero Danilo no fue el problema, o no solo; ni el penalti de Casemiro inventado por el árbitro fue el problema, o no solo. Al equipo se le apagó la luz por completo, se pasó 80 minutos a oscuras, y eso es un fraude en una plantilla constelada de estrellas, que se supone que son caras porque, como su nombre indica, incorporan su propio generador de energía -de ocasiones- por si los cortes eléctricos. Benzema falló la suya y luego se borró de mala manera. Y Marcelo no fue el pirómano del Camp Nou sino un hombre neolítico chasqueando pedernales.
No es preciso recurrir a invocaciones paranormales para creer. Meterle tres o cuatro al Wolfsburgo en el Bernabéu, con esa grada hirviendo como solo es capaz de caldearla un imposible europeo -el europeísmo apasionado del Madrid debería premiarse en Bruselas, frente a tanto euroescéptico-, no es ningún disparate. El primer gol hará temblar la fábrica de Volkswagen; el segundo abrirá directamente la espita de los gases tóxicos. Y luego, a usar la cabeza para algo distinto que maquinar renovaciones. Por ejemplo, para secar a ese Draxler.