Un día le pidieron al presidente Felipe González que avanzase unas previsiones. La respuesta le salió directa a los anales del valdanismo político:
– Yo no hipotizo sobre futuribles.
Se cuenta que en ese preciso momento los huesos de Cervantes se revolvieron en su tumba y quedaron definitivamente mezclados con alitas de pollo. Pero ha pasado el tiempo, y últimamente González no se dedica a otra cosa que a hipotizar sobre futuribles monclovitas tan hechos y derechos como Susana Díaz y Pedro Sánchez, incluso cuando hipotizar sobre uno comporta dejar de hipotizar sobre la otra, o viceversa. No contento con eso ni con la amistad de Slim, el ex presidente se atreve a hipotizar sobre la aznaridad de Pablo Iglesias, quien a su vez hipotiza sobre la aznaridad de Felipe, lo cual refleja un estado resueltamente hipotético de la política española, tan alejada de la normalidad ontológica que reivindica don Mariano.
Dos días después de confesar que no votó a Sánchez en las primarias, pero que le apoya a rabiar por el momento, los politólogos continúan trazando desesperados el croquis del poder oficioso en el PSOE, que tiene más jefes que una Pyme con ínfulas y más psicofonías que unas ruinas templarias. Al apergaminado mapa socialista le van brotando engranajes y ruedecillas como en la cabecera de Juego de Tronos, y aún hay que añadirle el islote ZP, que conecta con el peñón Bono por el istmo de Desembarco en Podemos; los afluentes guadianescos de Rubalcaba, que aparecen y desaparecen al compás de las decisiones de Sánchez; y por último la ría Chacón, que solo irrumpe tierra adentro si se produce el hundimiento del litoral. Nunca botín tan exiguo mantuvo tan ocupados a tantos.