Ese corderito huérfano al que David Cameron sienta en su regazo tory para darle el biberón. Para besarle en el hociquillo, incluso, una vez alcanzado un punto insoportable de ternura sobre las pajas de este belén laico donde solo falta una urna en funciones de pesebre. Luego el World Press Photo se lo llevará cualquier drama bélico de innegable lacrimogenia, pero el día que al fotoperiodismo le interese el retrato visceral de la política primermundista deberá premiar cosas como este navideño retozo de Norit en los brazos de un premier británico. Porque uno puede relanzar la economía de su país, y crear empleo, y superar un referéndum secesionista; pero tarde o temprano deberá posar amamantando a un cordero blanco para optar a mantenerse en el poder. Son las premisas de la democracia Facebook, qué le vamos a hacer, don Mariano. Usted se niega a acatarlas, pero luego no pregunte por qué no le votan esos ingratos de ahí fuera.
Si yo fuera Arriola u otro rasputín orgánico cualquiera imprimiría la foto del pastorcillo Cameron y la llevaría hoy a la Junta Directiva del PP para dejársela a Rajoy encima de la mesa. Señor presidente. A ver cómo le explico. Cameron no es más progresista que usted, ni menos conservador. Reivindica para sí la condición de «razonable» como usted la de «previsible», no se le conocen aficiones estrafalarias como el veganismo o la teodicea e incluso sale a correr por Hyde Park como usted practica el senderismo en Pontevedra. Ahora bien. Sabe que no ganará si no se muestra medianamente humano. Consiente debates abiertos y entrevistas duras. Y si tiene que hacerse una foto con un corderito huérfano, se calza las botas de aparcero y se reboza en esencia de establo hasta arrancarle una lágrima a la mujer de un estibador de Liverpool.