Con motivo del Día Internacional del Pueblo Gitano celebrado el 8 de abril, Carolina Fernández, subdirectora general de incidencia y defensa de derechos de la Fundación Secretariado Gitano -qué lejos de esta burocracia identitaria quedan, ay, los Camborios, Torres y Heredia del Romancero-, reclamó a la Real Academia Española que suprimiese la acepción trapacero de la entrada ‘gitano’ del Diccionario. Objetivo, en apariencia modesto, de la campaña ‘Yo no soy trapacero’ que, haciendo el inevitable uso publicitario de unos niños tan gitanos como inocentes, halló eco en los principales periódicos y telediarios del país.
Prendida y hallada culpable ante el sanedrín de la corrección, la rea RAE balbuceó una defensa:
-El lexicógrafo hace un ejercicio de veracidad: refleja usos lingüísticos efectivos, pero no incita a nadie a ninguna descalificación ni presta aquiescencia.
No quedó convencida Fernández, que anima a la RAE a traicionar su misión -total, ya claudicó el Día del Síndrome de Down- porque «el lenguaje no es inocente». Y claro que no lo es. Ni dejará de serlo porque proscribamos del Diccionario los conceptos feos. ¡Ah, qué fácil sería entonces gobernar! ¡Qué dulce la vida en los patios de colegio y en las selvas de Kenia! Bastaría un solo ministerio orwelliano que decretase solemnemente la expulsión de todo término indeseable de su comunidad hablante: los filólogos vestiríamos de policías, los políticos ocuparían un sillón en la RAE a la vez que su escaño en el Congreso y reinaría la armonía en un mundo hecho de Paz, Amor, Prosperidad, Unión, Progreso y Democracia, por citar un eufemismo de moda. Solo que al día siguiente los niños en los patios seguirán llamándose gitano, o subnormal, o maricón. Palabras desde luego muy precisas, nada inocentes, que se pronuncian porque sirven perfectamente a la única ley que rige el lenguaje: la de la utilidad para nombrar lo que tenemos en mente. El problema no está en los significantes que registra el Diccionario, sino en los significados que contiene el cerebro. Mientras subsista el deseo de insultar -y todo apunta a que la especie ‘sapiens’ no se privará próximamente de semejante placer-, el humano encontrará las palabras, oficiales o no, para hacerlo. También para elogiar, y aun con la misma palabra con que ofende, pues la sexta acepción de la voz ‘gitano’ reza: «Que tiene gracia y arte para ganarse las voluntades de otros».