
Un hombre de 86 años que nunca supo envejecer fue enterrado este martes en el pequeño camposanto de Castilfrío de la Sierra, aldea soriana de 16 habitantes en invierno, mientras el sol oblicuo de la primavera doraba la faz del sepulturero y los sollozos de las mujeres que amaron al difunto rimaban con el pájaro que se quedó cantando en un nogal cernido sobre la tapia del cementerio. «Celebramos con gozo el paso de la muerte a la vida de Fernando«, había dicho el cura en la homilía del canónico funeral que el finado, famoso por su heterodoxia, dispuso para ese adiós en el que no creía.