
Era fácil abismarse en la fealdad del Senado, ese cajón de pino destinado al eterno descanso de los elefantes de todos los partidos. Pero desde que la riña parlamentaria se ha mudado de San Jerónimo a Bailén no hay ocasión ni para aburrirse contando los disparos de Tejero, que nunca se planteó malgastar balas contra el techo vulgar de la Cámara Alta.
El segundo combate Sánchez–Feijóo no decepcionó, aunque las estrategias cambiaron. Esta vez la agresividad partió casi toda de la esquina gallega mientras el presidente trataba de desoír su naturaleza para sonar presidencial. Su naturaleza y la de sus senadores, que le pedían sangre con aplausos sudorosos cada vez que atacaba al líder del PP. El final de la legislatura se va pareciendo mucho al de la trilogía de El Padrino: cuando Sánchez trata de salir del sanchismo, encargándose un traje de socialdemócrata europeo, lo vuelven a meter dentro. ¿Quiénes? Sus socios y la propia bancada socialista, reprogramada ya para profesar un sectarismo primario, incurable, epigenético. Pedro querría ser moderado, pero como a Jessica Rabbit lo han dibujado así.