
Un hombre espera en un coche. El hombre es presidente del Gobierno y el coche es el audi blindado que lo traslada cuando no lo hace un avión o un helicóptero. En el interior de esa cápsula tintada que lo aísla de la gente se siente a salvo, quisiera prolongar este momento, que no acabara nunca. El hombre mira el reloj, presiente la hostilidad de la calle, anticipa los pitos, apura aquel silencio mullido un poco más. Esos de afuera no son el pueblo. Son fascistas, se consuela.