
En las guerras lo primero que muere es la verdad y en las crisis es la responsabilidad. Por esta razón arrecian los artículos de fondo contra la meritocracia escritos por meritorios analistas que esperan ser retribuidos por sus méritos, incluso por el mérito indudable de descubrir que no existe el mérito. Los demás estamos dispuestos a perdonarles su cinismo o su estupidez porque al fin y al cabo se limitan a seguir la voz de su amo, un célebre doctor en economía circular -un Gobierno le hizo la tesis y con esa tesis llegó al Gobierno- que tiene el mérito de haber conciliado los embustes de la guerra y las impunidades de la crisis: por eso dice que la culpa de que tengamos la mayor inflación de Europa es de Putin. Si los méritos académicos o morales de Sánchez son desconocidos, es lógico que sus politólogos desconfíen de la meritocracia como premisa de buena colocación. Y es lógico también que aplaudan contrarreformas educativas que dan a los niños españoles el gato del igualitarismo y la empatía por la liebre del conocimiento y la virtud.