
El idiota de la polis era el ciudadano que no participaba en política por desinterés, por incompetencia o por la necesidad de ganarse la vida. Idiota, literalmente, en griego significa particular, propio, privado. El paso de los siglos confirió a la idiotez el matiz peyorativo que hoy mantiene: se concluyó que alguien incapaz de involucrarse en los asuntos públicos tenía que ser un necio. Pasó el tiempo, se derramó una cantidad oceánica de sangre y finalmente se inventó la democracia liberal y la economía de mercado, lo que permitió que el número de sanos idiotas se disparara: el personal podía dedicarse a los negocios con la tranquilidad de que sus representantes electos defenderían sus intereses. Fue el gran momento de la idiotez occidental: la izquierda invitaba al pelotazo y la derecha a lo sumo se quejaba de intrusismo. Años dorados.