
Madrid es un lugar intolerable donde la gente tiende a hacer lo que le peta. Españoles de todas las Españas llegan, luchan, se instalan o maldicen su precaria instalación, olvidan y añoran sus orígenes, se mezclan, prosperan, se contagian. Se arruinan, manifiestan o renacen. Escapan al pueblo con nostalgia y regresan con el rabo entre las piernas. Es difícil ahormar al madrileño de todas las esquinas, es difícil que aspiren juntos el olor del pedo unánime que hay quien llama con orgullo identidad. El chotis ha muerto, San Isidro es extranjero y los cartones costumbristas de Goya resultan más insólitos que cualquier pintura negra.