
Guionista y su galán.
Conocí a Iván Redondo en el coche que nos llevaba a una tertulia de TVE cuando llamaban de TVE. Echó el trayecto parloteando sobre el tamaño de su consultora, y recuerdo que en un momento dado mencionó la posibilidad de que Sánchez, que acababa de ganar las primarias, liderara una moción de censura exitosa. Pero para entonces yo había perdido el hilo de sus razonamientos, como me sucedía cada vez que leía el blog que mantenía en EL MUNDO antes de llegar, degenerando, a La Moncloa. Ahora que Redondo va a ser lo más parecido a un jefe del Ejecutivo -su cliente no es más que el presidente-, he releído su blog con celo profesional. En la sopa de su estilo sincopado y oracular, como de brujo nervioso que alternara la bola de cristal con el INE, flotan revueltas analogías disparatadas junto con profecías cumplidas. Ahí están sus alucinaciones ajedrecísticas, pero también la pista clara de su descarnado itinerario hacia el poder: «la política es emocional», «tener la razón no da votos», «bloques», «polarización», «desplazamiento constitucional», «proceso destituyente». Todo el manual de resistencia yace ahí, esparcido, aguardando a un doctor Frankenstein que cosiera las piezas.