
Un liberal progresista.
El gran error del centro es existir. En este mundo hay peras y manzanas, blancos y negros, izquierda y derecha: el centro es una aberración genética, y una agresión al hispánico cerebro donde chirría como en ningún otro la disonancia cognitiva. Por eso en estos días poselectorales regresan nuestros sexadores ideológicos a examinarle la entrepierna a Cs para ver si tiene pene o vulva, cuando la naturaleza de Cs consiste en tener pene y vulva a la vez, y se equivocará si no usa ambos. El insensato proyecto de un centro en el país de las guerras civiles pretende elevar el hermafroditismo ideológico a hegemonía política. Calibremos, pues, sus atributos.
El hermafrodita o extremocentrista es alguien que no soporta la superioridad moral de la izquierda pero tampoco la noción patrimonial del poder de la derecha. Odia los sermones, vengan del obispo de Alcalá o de una neomonja feminista. Le revienta que se juzgue a un cargo público -pongamos Carmena– por su aura mística y no por su gestión, como le asquea el ademán señoritil del conservador cuando sube al coche oficial. Sabe que el liberalismo no tiene nada que ver con el reparto de mamandurrias entre amiguetes ni con el populismo fiscal, sino con bajar los impuestos precisos a los bolsillos adecuados, porque el Estado de bienestar es la red de seguridad de los más débiles y al centrista le importa la igualdad -la igual libertad de oportunidades, no de resultados- tanto como la libertad.