
Hierro corre el riesgo de que le llamen Plástico.
Si como afirman los gurús del Big Data la tristeza une más que la alegría, hoy toda España es una piña. No encontraremos un solo español que discrepe de la patética imagen que está dando la Selección. Unos se fijarán en la parálisis de De Gea, otros maldecirán el flamenco de Ramos, hay quien ruega misericordia con la senectud de Iniesta y no falta quien reclama compañía a la soledad de Busquets. Juntos suplicamos para Hierro un reloj y un espejo: el primero le informará de cuándo se le agota el tiempo para hacer cambios en un partido pestoso y el segundo le convencerá de que una serie de catastróficas desdichas le han convertido efectivamente en el seleccionador, y de que por tanto no sería mal momento para que empezara a comportarse como tal. En cualquier caso, todos estamos decepcionados con el juego de España, y sobre el sólido cimiento de esta depresión compartida debemos levantar la victoria en octavos.
Estamos a tiempo de convertir el bochorno en energía. Dicen los estudios que las escenas de gente alegre polarizan a la audiencia porque sólo las personas dotadas de empatía saben gozar con el que goza, mientras que el resto se indigna contemplando la euforia de los belgas o la satisfacción inopinada de los ingleses. Por eso, los periodistas preferimos no publicar jamás buenas noticias, y por eso el Mundial está resultando una mina de desilusión compulsivamente visitada.