
Intuición popular.
Hay muchas maneras de entender el cristianismo, pero muchas más de no entenderlo. La manera marxista de desfigurar a Jesucristo en realidad ya la practicaron Pedro o Juan, que esperaban de su mesías el mando de la revolución pendiente contra los romanos, que eran los neoliberales de la época. Cristo respondía con metáforas íntimas a las ansias de acción de su pupilaje, pero hasta Pablo nadie supo muy bien cómo interpretarlas. Dado que la reforma interior no entretiene tanto como derrocar gobiernos ajenos, la política volvió pronto a parasitar la fe y las confundió durante siglos, hasta que la revolución burguesa separó la iglesia del Estado.
Nació entonces la manera liberal de despreciar la única fe sobre la que fue posible su democrático triunfo. Adam Smith no era un ejemplo de devoción pero sabía que el egoísmo del mercado encontraba un saludable contrapeso en la moral cristiana. Hoy sus seguidores menos lúcidos o más fatuos creen que los vuelve más liberales rasgarse las vestiduras por una bandera a media asta en Jueves Santo, o pedir la retirada de los crucifijos de las aulas concertadas, sin reparar en que de ese símbolo cuelga el que dijo que la verdad nos haría libres y que todos nacemos iguales. O sea, el puro credo liberal.
Ayer por alguno de estos cambios horarios introducidos en semana santa acudí a un templo desacostumbrado y gocé de una relajación desusada con el canto a capella de un raro tipo de acólito ¿De origen abisinio? En cualquier caso, pasado por las Antillas con esos seseos que se colaron en su pronunciación. Sus modales o sus gestos, mínimos y por supuesto nada untuosos, pero bien remarcables en un tipo de metro noventa, también hacían contraste/armonia con las maneras algo patosas de alguna lectora. Me recordaron la procesión a las tres de la madrugada que me sorprendió en un domicilio que tuve brevemente en el centro, donde desfilaba casi estrictamente la cofradía con unos instrumentos de viento sutiles, nada de gritonas chirimías. Otra cosa. Para lo normal ya tenemos a Teócrito con su retranca describiéndonos -idilio 15, me parece- a las siracusanas extasiadas ante el desfile de Adonis, tó emocionás.