Elcano y Campoamor: dos cipotudos

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Juan Sebastián Elcano.

Hay españoles que se convirtieron en héroes porque fracasaron como villanos. La gloria no estaba destinada al vasco Juan Sebastián, sino al portugués Fernando de Magallanes, que quería aprovechar que la tierra tenía pinta de ser redonda para abrir una ruta comercial directa hasta las Molucas. También llamadas islas de las Especias, la mercancía más preciada de la cocina europea. Pero el rey de Portugal prefería seguir costeando África como habían hecho hasta ahora, así que don Fernando renegó de sus raíces y le vendió el proyecto al emperador Carlos, que le dio su imperial bendición.

Magallanes fletó en los muelles del Guadalquivir cinco naves tripuladas por 234 hombres: no podía sospechar que solo volverían 18, y que él no figuraría entre ellos. Antes de zarpar, un día de septiembre de 1519, hizo testamento, obligó a toda la tripulación a confesarse y prohibió que embarcase ninguna mujer, creyendo con ello que dejaban el pecado en tierra. Y saliendo por Sanlúcar se dirigieron al sur, pasando por las Canarias y Cabo Verde antes de poner proa a la inmensidad del Atlántico. Nadie dijo que iba a ser fácil. Tuvieron mala navegación. Tempestades, marejadas, tormentas eléctricas que los supersticiosos marinos llamaban el fuego de San Telmo.

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Clara Campoamor.

Había nacido Clara Campoamor en la Malasaña de finales del XIX, cuando la tasa de analfabetismo femenino frisaba el 80%. Su madre era costurera, pero su padre se desempeñaba de contable en un periódico. Y fue la pronta familiaridad con el mundillo periodístico, el hábito de leer noticias y artículos de opinión en la encrucijada sociopolítica de la España de entresiglos, lo que propició en la niña el despertar de una temprana toma de conciencia. Desarrolló un agudo sentido de la justicia que balizaría su camino de pionera.

Progresaba adecuadamente cuando murió su padre, contando ella apenas 10 años. Aparcó los estudios para emplearse como modistilla, telefonista o dependienta. Pero la necesidad no torcería su ambición. Lo primero era garantizarse la independencia económica, así que con 21 años logró por oposición una plaza de auxiliar del cuerpo de telégrafos y la destinaron a San Sebastián. Pero el puesto le sabía a poco. Se preparó unas oposiciones al Ministerio de Instrucción Pública y sacó la primera plaza. Volvió a Madrid como profesora de taquigrafía, puesto que alternó con traducciones de francés y clases de mecanografía. Lectora incansable, en esos años forjó el estilo que pavimentaría sus éxitos parlamentarios. Publicó sus primeros artículos. Pero sentía que necesitaba formarse mejor.

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1 comentario

25 enero, 2018 · 17:00

Una respuesta a “Elcano y Campoamor: dos cipotudos

  1. Isabel Zendal, analfabeta

    A mi me hubiera gustado mucho más que señalaras otro tipo de conseguidoras, como la galleginha y su madre adoptiva, que reservas para tu libro. Volver a los de siempre es algo que hizo, por ejemplo Ganivet cuando al final del schopenhaueriao ‘conquista del reino de Maya’ cierra con una visión calcada del somnium scipionis donde Cortés dialoga con el derrotado (¿pero es que hay otro ser viviente? se preguntaría el escéptico alemán) protagonista. Y ya sabe que Ganivet….en fin. Yo diría que el dichoso término ‘cipotudo’ revela una noble intención de tomar el rábano por su punta en vez de por los adornos de su base; de batirse con las armas del enemigo, y yo le diría que no. El progre es como un vampiro y lo mejor es hacer fintas elusivas, no peleas frontales que son algo rebarbatives para quien ya las ha presenciado tantas y tantas veces. Eso o hacer ejercicios espirituales por el alma de la Zendal. Admirable, admirable mujer.

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