Una mañana, tras un sueño intranquilo, Pablo Iglesias se despertó convertido en un monstruoso socialdemócrata. Estaba echado de espaldas sobre la blanda centralidad del tablero y, al alzar la melena, vio su vientre convexo y pálido, demasiado convexo y demasiado pálido aún, y lejos por tanto de las dulces curvaturas que procura una vida al solaz de la nómina de Estado; pero ya no tan inspirador, tan rugiente como antaño.
– ¿Qué me ha ocurrido?