Archivo mensual: noviembre 2014

El tributo de Benzema

Genius at work.

Genius at work.

En la noche europea en que Carlo Ancelotti alcanzó a Miguel Muñoz y Cristiano Ronaldo a Raúl González, el talento más exquisito corrió a cargo de Karim Benzema. Ocurrió en el minuto 35 de un encuentro de control y oficio en comparación con las goleadas gloriosas a las que nos tiene acostumbrados este Madrid. Pero ese solo minuto justificó el partido entero.

Un balón llueve en el centro del campo sobre Karim, que está encimado por su marca. Con la sutileza habitual el francés cede de cabeza a James e inicia el desmarque hacia la banda, donde el colombiano se la devuelve. Benzema llega de cara pero todavía lejísimos del área; está condenadamente lejos de la que se supone su zona de influencia, pero el genio lo es porque se resiste a demarcaciones estrictas. Así que Benzema hace lo imprevisto: se disfraza de Bale y sin control previo le tira un autopase con el exterior al defensa para ganarle en velocidad.

El extremo del Basilea aprieta los dientes y se vacía en un sprint para coger al galo, que no parece tener prisa: se vuelve a detener, como esperándole, y en el segundo exacto en que el rival se le echa encima arranca de súbito con un cambio de ritmo hermoso que le concede dos metros más de ventaja. La portería ya está muy cerca y nadie se explica qué está haciendo Benzema, qué juego inverosímil se trae entre manos.

El delantero blanco ya pisa área pero no se detiene, quiere más profundidad, él sabrá por qué. Y lo sabe, claro que lo sabe, porque con el rabillo del ojo –o con la pura telepatía que los hermana– ve llegar a Cristiano Ronaldo por el medio, directo al punto caliente. Para facilitarle al máximo el remate, Karim sabe que tiene que apurar aún un poco más, como apuró Redondo cuando intuyó la llegada de Raúl tras aquel taconazo ante el Manchester. Y va Karim y lo repite: atrae sobre sí a los dos defensas y al portero con un último toque lleno de maldad y abre un claro maravilloso en medio del bosque del área por donde llega, completamente solo, el gran cazador. Benzema ya solo tiene que ceder suavemente el balón atrás y descansar los ojos en la sacudida de la red.

Toda la jugada se cifra en media docena de toques. La síntesis de precisión, belleza, generosidad, visión y eficacia es el enésimo tributo que Benzema rinde a la inigualable historia del campeón de Europa.

(La Lupa, Real Madrid TV, 28 de noviembre de 2014)

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Partido Postigo

Jaque Mato.

Jaque Mato.

Parece ser que los europeos no usan postigos. La costumbre de escudar las ventanas para ponernos a salvo de la curiosidad ajena es netamente española y uno, que es europeo tan solo mediante el original modo que tiene un español de serlo, se escandalizaba cuando viajaba por ahí y advertía el campo abierto al voyeurismo que ofrecen los desnudos ventanales de Europa. Por el contrario el nuestro es un país entre visillos, y el fenómeno me parece digno de estudio.

Como no estoy a salvo de los tópicos historiográficos ni de las opiniones de los volterianos ratoneros –“país de pandereta”, “Españistán”, “Spain is different” y en este campanudo plan– lo primero que hice fue culpar a la Inquisición, a quién si no, que habría inducido una sospecha secular, epigenética casi, en el homo hispanicus al punto de hacerle desconfiar por sistema del vecindario, temeroso siempre de una hipotética delación. Esto habría excitado un españolísimo sentido del pudor y la intimidad del que desde luego carecen las guiris que con suma facilidad nos levantábamos en la calle Huertas.

Luego pensé que aquella desconfianza por defecto tenía su reverso positivo, que es una hidalga noción de la dignidad individual, nota presente en nuestra literatura más o menos desde doña Jimena, por no hablar de la tauromaquia. Por ahí, por nuestro acendrado individualismo y nuestra resistencia a la colectividad –cosa de protestantes– fuimos asentando un narcisismo de lo propio que encontraba su lógico corolario en el desprecio de lo ajeno por el mero hecho de ignorarlo, como vio Machado. Y de toda esa madeja psicológica se fueron desovillando complejos tan idiosincrásicos como la raíz honda de la envidia, la obsesión por la pureza de sangre, el sectarismo de capilla angosta, la enfermiza atención a la vida sexual de los demás o la delirante conciencia de que hay un genio o un santo o un héroe agazapado en el interior de cada español, según satirizó Camba.

Lo que no habría en España es gente normal: gente de una razonable mediocridad, de un elemental sentimiento comunitario, personas juiciosas que han llegado a la conclusión de que sus vidas no son tan interesantes como para blindarlas tras complicadas celosías. Pero este grato tipo de paisano –las pruebas en Instagram– no alcanzó en nuestro país una masa crítica. Piensen ustedes que aquí los mayores escándalos los causan siempre los casos de escuchas: del CESID a la malsana curiosidad que echó a Garzón de la judicatura; de los memes a cuenta de Snowden y Obama al SMS de Rajoy a Bárcenas. No importa tanto la gravedad real del caso sino el propio hecho de que algo oculto salga a la morbosa luz. El peque Nico es el último ejemplo de ese morbo. Si nada aterrorizaba tanto a los galos como que el cielo cayera sobre sus cabezas, nada roba el sueño al español como el temor a que un fallo en Whatsapp desvele sus mensajes en alguna web global de cotilleos. Como si el adulterio o sus intentos entrañaran alguna originalidad. El mecanismo mental es inexorable: el pudor excesivo obliga a una hipocresía excesiva y genera una vergüenza proporcional cuando el velo se rasga.

Y como han tenido la paciencia de llegar hasta aquí, ahora les hablaré del PP, que sé que es lo que les gusta. El Gobierno del PP ha impulsado la primera Ley de Transparencia y hoy mismo don Mariano presentará en el Congreso nuevas medidas de regeneración política. Pero don Mariano tiene un grave problema de credibilidad porque no ha alcanzado todavía su sueño, que consiste en que dejen de mezclarle de una santa vez con esos golfos del Partido Popular. Lo ha intentado con tanto ahínco como Soraya, pero lo tiene difícil porque los papeles aseguran que de hecho es el jefe del Partido Popular, del mismo modo que Jaimito se quejaba a su madre de que no quería ir al colegio y ella le respondía que debía ir porque tenía 50 años y era el director.

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27 noviembre, 2014 · 11:08

Los predicados del madridismo

El autor con Miguel Pardeza en un hotel de Lisboa, en la tensa mañana de la Décima.

El autor con Miguel Pardeza en un hotel de Lisboa, en la tensa mañana de la Décima.

[Los amigos de Qué Crack me pidieron un texto para su sección de Cómplices y les pasé esta tipología del madridismo que escribí como prólogo a un libro de relatos editado en mayo por la peña Primavera Blanca, libro que sujeto en la foto adyacente. Lo reproduzco en su práctica integridad porque sigo estando de acuerdo conmigo mismo]

El madridismo es una identidad proteica, lo que quiere decir que se puede predicar de diversos modos.

Hay un madridista rilkeano o biológico que explica su afición remontándose inexorablemente al tiempo detenido de la infancia, la tarde cristalina en que su padre lo llevó a conocer el Bernabéu. Este madridista es un niño grande cada domingo, o cada sábado o cada miércoles, según le apetezca ubicar el encuentro del Real Madrid al capo televisivo que fume más puros en un momento dado. Cuando decimos rilkeano no queremos decir poético, porque la poesía –la literatura– exige el intento individual de nombrar las cosas por primera vez, sino más bien angelical bajo su aspecto feroz de hooligan fiel a un ritual gregario, un sudor coral, un cántico formulario, una masticación común de pipas o cacahuetes.

Nuestro primer tipo de madridista es por tanto bueno y sentimental, y siempre tiene disculpa porque vive en la sencilla verdad de que el fútbol es la patria del hombre contemporáneo, de que el Real Madrid conforma su identidad menos cuestionable y de que la cabalgada de Bale despierta en la memoria el reflejo inmediato de sus propias carreras sin norma en el patio del colegio. Llegado el momento llevará a su vástago al Bernabéu una tarde solar que cristalizará en la retina infantil, y perpetuará así un sentido de pertenencia que pasa de generación en generación según el canon bíblico del pueblo elegido. Esta es la categoría mayoritaria, obra bruta de la genética.

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Podemos y Cataluña: el indiscreto encanto de la burguesía

El círculo de Podemos: los ojos de la boa Kaa que obnubilan a los pijos.

El círculo de Podemos: los ojos de la boa Kaa que obnubilan a los pijos.

La única inexactitud sugerida por el Jefe del Ejército, más allá de la inexactitud fundamental que supone el hecho de que un militar opine, es que España juegue en su analogía el papel de metrópoli de Cataluña, cuando las evidencias de renta económica e iniciativa política señalan que ocurre exactamente al revés. A Manuel Vázquez Montalbán no le gustaba la famosa sentencia de Wenceslao Fernández Flórez según la cual Cataluña es la única metrópoli que desea separarse de su colonia. No le gustaba, claro, porque no era tonto y porque era comunista, y por tanto sospechaba que Fernández Flórez metía el dedo en la llaga al señalar que el nacionalismo catalán era una afición de burgueses. Como así es, en efecto. Don Wenceslao era gallego, tierra entonces de miseria en comparación con Cataluña, y no podía entender un movimiento de liberación nacional que se apoyase no en la humillación de los oprimidos sino en el egoísmo de las clases medias y altas.

En Cataluña, como en Escocia o en la Padania, el independentismo es un juego de clases acomodadas que quieren serlo más, es decir, pagar menos impuestos a los pobres del sur del Ebro y tocar a menos bocas en el reparto de los propios, con los cuales además seguir haciendo suculentas distracciones al 3% sin miedo al ojo de la Hacienda central. No por pesetero e insolidario deja de ser menos transparente el empeño: menos comprensible es el caso vasco, cuyos nacionalistas, logrado el cupo, apelan a un esencialismo étnico que sonrojaría ya a Darwin. El hecho desnudo es que en las dos regiones históricamente más prósperas de España ha arraigado un sentimiento de vergüenza hacia el resto de la Península que no es alimentado por un escarnio sistemático, como el de los congoleños a manos de Leopoldo II de Bélgica, sino por el asco de mezclarse con pobres en alpargatas. De ahí la frase de Fernández Flórez.

Racismo y burguesía siempre han trabado bien, porque el que tiene su capitalito teme más que lleguen otros a quitárselo que el que no tiene nada, como el obrero, o el que tiene mucho, como el aristócrata, que propende antes al paternalismo que a la xenofobia. Pero revolución y burguesía conjuntan aún mejor. Todas las revoluciones –las buenas, como la inglesa y la americana; las mediopensionistas, como la francesa; y las vesánicas, como la bolchevique y la fascista– las ha hecho la burguesía, y el proletariado ha sido en ellas lo de siempre: la carne de cañón. Es natural que así sea, porque el proletario no tiene tiempo ni formación para idear revoluciones y lo que desea ante todo es convertirse en apacible burgués. Es el burgués el que posee lecturas y energía para entretenerse en hacer listas de agravios cuando la vida le ha despechado o no le ha catapultado adonde esperaba. Una checa siempre la empieza llenando un profesor ex burgués que señala con la pluma al editor que no le publicó antes que el miliciano lo sentencie con la pistola.

Recuerdo estas elementales nociones de sociología histórica porque han sido confirmadas por el último CIS, que identifica al votante mayoritario de Podemos como urbanita de clase media más o menos afectada por la crisis y con estudios universitarios. O sea el pijiprogre, pues el proletariado no entiende La Sexta, evidentemente, sino Telecinco. A los de Podemos les llaman con toda propiedad la casta de Somosaguas, Monedero es profesor de máster en ICADE, Errejón no puede disimular su dicción de niño pijo y las adhesiones ardorosas a su causa no se pronuncian en las fábricas de Fuenlabrada sino en las teterías del Barrio de Salamanca, donde declararse podemista es pura moda trendy como la talasoterapia o la crema de células madre.

–Pues yo voy a votar a Podemosss, tía, que está todo fataaal –se despereza la milf desde el centro burbujeante del spa del Metropolitan.

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La noche de Fonsi

Momento de debilidad.

Momento de debilidad durante el programa captado por cámara traicionera.

Anoche vino al programa de debate futbolero en el que colaboro, La Goleada de 13TV, un joven periodista deportivo llamado Fonsi Loaiza, de añejo renombre tuitero y reciente fama mediática como representante de Podemos sección Deporte. Fue una noche mítica que no olvidaré, como no olvidamos el encontronazo con la inocencia más extraterrestre.

A quienes me critican por haberme sumado a una suerte de linchamiento, aquí va la prueba (a partir del 38:40) de que en todo momento, y aleccionado por este lucidísimo artículo de mi amigo Hughes (conocido el personaje solo matizaría que vi en él más candor que picardía), traté en la medida de mis posibilidades aportar paz, piedad y perdón. Pese a que Fonsi había venido allí a insultarnos.

El programa fue importante no solo porque probablemente hicimos la mejor audiencia del curso, sino porque los españoles pudieron ver el primer pinchazo televisivo de la historia de Podemos, partido fundado en la dialéctica tertuliana. Razón de que muy probablemente este chico sea rápidamente purgado, si no lo fue ya inmediatamente después de la entrevista en El Larguero y justamente antes del programa.

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La palabra más hermosa de Rajoy

Rajoy ejecutando una heroicidad extravagante: decir que no.

Rajoy ejecutando una heroicidad extravagante: decir que no. Y con prensa delante.

Pasé el fin de semana en Barcelona, maravillosa ciudad, ocasionalmente afeada por la lluvia o la propaganda. Comí unas cosas exquisitas y muy caras por recomendación de Sostres, que reserva su filantropía para las distancias cortas. Y entendí, paseando la ciudad, que el independentismo es una ficción mucho menos poderosa de lo que pensamos en Madrit, a la manera en que un ruido súbito y continuo en la noche resulta bastante menos inquietante si nos levantamos a comprobar que un grifo no estaba bien cerrado.

Puedo equivocarme, pero ahora ya no estoy tan seguro de que veré la independencia de Cataluña. Una guerra de independencia no se libra a golpe heroico de banderola balconera; sobre todo porque son muchos más los balcones desnudos, gritando su estricta elegancia neoclásica o modernista. Y porque unos carteles amarillos que rezaban por las calles del Ensanche “Independencia es cohesión social” o “Un país independiente es un país sin listas de espera hospitalarias” –la verdad es la mentira, la guerra es la paz– nunca engañarán a los suficientes si tenemos en cuenta el coeficiente de estupidez de Carlo M. Cipolla, según el cual la cuota genética de estulticia local se mantiene básicamente constante a lo largo de la historia, más allá de inflamaciones levantadas por la televisión o las crisis económicas. La gota rítmica, malaya, de la propaganda genera independentistas, qué duda cabe; pero también escarmienta, hastía y vacuna. Y no digamos ya si encima se viaja o se lee.

Para ayudar a la gota a hacer su trabajo de horadación Artur Mas confiaba en Rajoy. Confiaba primero en que Rajoy siguiese siendo Rajoy, de modo que le tolerase salir a saludar a la caída del telón tras la representación de la farsa, como cualquier comediógrafo. Y en el peor de los casos confiaba en que Rajoy dejara de ser Rajoy, es decir, que le procurase alguna imagen de autoridad, que viene a ser la estimulación clitoriana del nacionalismo, cuya intimidad psicológica es de inclinación masoquista. Pero funcionó el primer supuesto: el mero onanismo de los narcisos estelados y su monja sicalíptica, en ausencia del padre prior.

Me cuento entre los que sintieron frustrados el domingo cuando el compareciente gubernamental resultó el ministro Catalá y no el presidente. En la rueda de prensa retardataria de hoy, don Mariano ha sugerido que salir él el domingo habría conferido seriedad a la Mas-carada, y que lo que habría deseado el sedicioso ya cachondo es alguna foto de la legítima violencia que en democracia monopoliza el Estado. Pero los españoles no le pedían tanques ni esposas, don Mariano: le pedían que hiciera lo que ha hecho hoy, pero el domingo.

Los tiempos en política son como el medio en periodismo: el mensaje. Hablando 72 horas después, Rajoy manda un mensaje de desprecio al envalentonado independentismo; pero no hablando el domingo, mandó otro de indiferencia a la humillada ciudadanía de España. Y esa factura se la pasarán cuando les pida el voto.

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El mejor

Tres son pocas para él.

Tres son pocas para él.

Yo comprendo que en la sociedad en la que vivimos el deseo de ser el mejor se tome como una provocación. El mundo es amable con los humillados y suspicaz con los excelentes. Así es la naturaleza humana y ni siquiera el Real Madrid puede cambiarla. Por eso a Cristiano Ronaldo le salen tantos consejeros que le recomiendan un poco más de hipocresía, es decir, un poco más de falsa humidad. Es decir, que diga que no está entre los mejores de siempre, que simule que no aspira obsesivamente al número uno, que se conforme con lo que ha conseguido.

Pero Cristiano Ronaldo no nació en Funchal para llegar a la cima y, una vez allí, fingir que nada ha cambiado. Yo entiendo que eso lo hagan los cantantes, los políticos, los emprendedores corruptos y los novelistas comerciales, porque su trabajo depende de la simpatía del público. Pero el trabajo de Cristiano Ronaldo consiste mayormente en marcar goles, y ese trabajo lo cumple realmente bien. Tan bien que va por su tercera Bota de Oro y mantiene el mejor promedio goleador de la historia del fútbol español. O sea, que es el mejor. Y si los números dicen que es el mejor, sería una tontería subir a un estrado a recoger un premio y proclamar lo contrario.

Yo criticaría a Cristiano si no se diese cuenta de que en el fútbol, por muy bueno que sea uno, nadie puede brillar sin el concurso de los compañeros; pero Cristiano, cada vez que recoge un premio, que va siendo cada semana, se deshace en gratitud hacia el equipo, el club, la institución, la familia. Y cuando juega, ya da casi tantas asistencias como goles marca. Y cuando a sus compañeros, o a los chicos del filial, o a los chicos del filial de otro equipo que se le acercan les preguntan por el trato de Ronaldo, siempre responden lo mismo: “No entendemos por qué le ponen esa imagen de arrogante”. Creo que esto lo ha declarado hasta Piqué.

Yo sospecho que la imagen de arrogancia del portugués es la manera que ha encontrado el antimadridismo de reprocharle su exceso de eficacia, que saca los colores a todos los demás por comparación. Personalmente, prefiero que Cristiano siga aspirando obsesivamente a ser el mejor de todos los tiempos, y que además lo reconozca, y que además haya quien llame arrogancia a su honestidad profesional sencillamente porque no tuvo la fortuna de tenerlo en su equipo.

(La Lupa, Real Madrid TV, 6 de noviembre de 2014)

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