
Una campaña electoral se parece a un certamen de relato corto que espera ganar el que miente mejor. De la reivindicación de los prodigios obrados y de la promesa de los que se obrarán el público menos ingenuo suele descontar un alto porcentaje de mala literatura hecha con buenas intenciones: de ahí el cínico aserto de que las promesas electorales solo comprometen a quienes se las creen.







