Habrá que hablar del varón, y España es buen sitio para comenzar. Esos muecines priápicos de colegio mayor, por ejemplo. Al oír su provocador llamamiento a la yihad genital podemos reaccionar con el escándalo de rigor, competir en desgarro vestimentario, reclamar castigos ejemplares. Pero si de veras nos importa la salud de la igualdad deberíamos entender que esos muchachos no estaban exhibiendo su poder sino su fragilidad, cuando no su súplica. Que fuera una novatada no modifica el diagnóstico: una novatada es un rito de paso extraoficial por el que se regula el ingreso de un candidato en una comunidad organizada. La pregunta entonces es por qué los jóvenes sapiens exigen hoy una credencial de machismo aparatoso, contracultural, para ser aceptados en la tribu. La respuesta es la misma que explica el alboroto por la mano de Federer en la mano de Nadal: solo al adanismo le parece noticia, solo los inseguros expresan su rechazo, solo los fuertes se perdonan una lágrima.
¡A los molinos! 
Dónde va a buscar muezzines y yihads, hombre de Dios. La solución del asunto es más antigua y más cercana al colegio, parece que agustino, donde se produce la energumenia. Lo digo con ésta palabra que puede parecer desproporcionada porque yo a los dieciocho estaba hasta los condensadores de ritos y ceremonias iniciadoras a no se sabe qué, por lo que me armé en situación similar a la de estos tolilis con una botella de cava -no me gusta: obsequio de la casa- y me encerré en la habitación a leer a Pessoa, diciéndome espúreamente que si alguién venía a gregarizarme se la partiría en la cabeza…o como fuera. Por fortuna lo dejaron y lo dejé correr