
Esta matraca del año perdido, del paréntesis trágico. Como si 2020 no hubiera sido un año inolvidable, el primero que justificó el retorno de la historia a nuestra vida cuando a los primermundistas nos habían separado ya del ser y el tiempo, condenándonos a la periódica actualización de nuestras aplicaciones telefónicas. Un año que de verdad podremos llamar histórico sin incurrir en la inflación calificativa del periodismo.
Claro que comprendemos las ganas de cerrarlo, de engullir con las uvas el tránsito nervioso a un año nuevo, se supone que mejor. Pero si el mono asustado que somos dejó de serlo fue porque almacenó sus traumas y los transmitió en forma de cuentos, mitos y dramas, que son el encantador precedente de nuestros prosaicos reportajes de balance anual. No cometamos el error animal de desperdiciar 2020 cuando debemos estudiarlo, paladearlo, odiarlo y amarlo.