El silencio de los animalistas

El visón es un animal guapo, suave y lujoso, perfectamente disneyzable. Si Disney logró humanizar a una mofeta llamada Flor -mofetas y visones pertenecen a la misma familia: los mustélidos-, no hay razones para desconfiar del éxito de una película que presentara el conmovedor viaje de un visón desde la amena libertad de los bosques hasta la cruda reencarnación en abrigo de señora del Ibex, pasando por el cautiverio totalitario de las granjas. Desde Bambi hasta el torete Ferdinando, penúltima humedad de los antitaurinos, el cerebro del sapiens ha sido expuesto durante décadas a un terco y entrañable ejercicio de prosopopeya para derretirlo de amor franciscano a la hermana libélula y al primo alimoche. En los casos más agudos, las meninges llegan a reblandecerse hasta el punto de conducir a sus dueños hasta las neveras de los supermercados para depositar rosas fúnebres encima de bandejas de filetes envasados. Por eso, entre todas las monstruosas indiferencias con que hemos reaccionado a los horrores encadenados de la pandemia, lo que menos me explico es el conformismo ante la hecatombe mustélida de este verano: 92.700 visones sacrificados en una granja de Aragón por posible contagio de covid.

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15 septiembre, 2020 · 21:47

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