
Las manos del demiurgo.
El realismo mágico lo inventó Juan Rulfo, García Márquez lo popularizó e Iván Redondo lo metió en La Moncloa, desde donde cada día nos cuentan el cuento del hombre de tuits legendarios y manos milagrosas que comparte con el cacique Pedro Páramo el nombre de pila y la obsesión por los muertos, Franco sobre todo. La legislatura avanza como una novela picaresca, género generoso que permite al protagonista cabalgar toda contradicción con tal de satisfacer su afán de medro. Nuestro personaje no viene de Comala sino de Pozuelo, pero sus hazañas ya nutren el canon de la literatura fantástica. Encarna el cambio pero gobierna con los presupuestos de PP y Cs; trae a voces el Aquarius pero improvisa calladamente centros de internamiento en Algeciras; apoyó el 155 pero corteja a Torra; invoca el consenso parlamentario pero fomenta un presidencialismo de nuevo rico; formuló en La Sexta el ataque a Prisa más crudo que se recuerda pero hoy recibe el solícito calor de ambos grupos; cargaba en la oposición contra la afición marianista al decretazo antes de redoblarla en el poder; cultiva el desenfado indumentario pero no se priva de ninguna residencia de rancio abolengo -de Doñana a Quintos de Mora-; y se presenta como la regeneración mientras propaga el clientelismo de sigla y ampara sus escapadas a conciertos en el secreto de Estado. Lleva camino de convertir a Lázaro de Tormes en Bernarda Alba.
Todo en el sanchismo es de plástico, salvo la ambición, pero su liderazgo siliconado es hijo de la época. Muchos bautizaron este consejo de ministros como un brillante escaparate, cuando se trata de un espejo favorecedor: un reflejo perfecto para la vanidad moral del votante contemporáneo. ¿Quién no quiere luchar contra Franco, salvar a un náufrago, esquilar al empresario obeso para socorrer al niño pobre, ayudar a bien morir al próximo Ramón Sampedro? Sánchez, o quien escribe su relato, ha entendido que para ganar elecciones hay que estimular la glándula del narcisismo, masajear el mejor concepto que el elector tiene de sí y ahorrarle a toda costa la retrógrada deferencia de tratarle como adulto. Si votas Sánchez votarás a tu mejor yo, tu yo feminista, solidario, ecológico, guapo. De las cosas de comer ya se encargan en Bruselas, donde prefieren la prosa naturalista.
Me produce cierta preocupación cómo últimamente todo el mundo parece olvidarse de Carpentier, que si no el malhadado inventor de ‘realismo mágico’ -el sintagma, no la fórmula en sí- es con El siglo de las luces el más avezado comentarista de donde desembocan los rousseanismos de medio pelo, como los que ahora mismo andan en trance de ahogar el país. Que al final se aburriera y optara por cantar las glorias del tirano siempre que éste le mantuviese en la embajada de París es algo que más o menos se puede pasar por alto. Ay, gente de letras. Perico el de los Palotes, a juzgar por las fotos que acompañan el artículo, podría pasar en breve a ser Perico el Palanganero. Lo que siempre habrá sido, supongo.