
Ana Guerra.
Era cuestión de tiempo -cinco meses- que el 8-M alcanzara también a la canción del verano, género durante demasiado tiempo dominado por convencionales estallidos de hedonismo solar, tu piel morena, machito de yate, cinturas locas y cópulas de playa, con lo incómoda que es la arena al contacto de tejidos íntimos. Pero al éxito dionisiaco de Despacito le está relevando este año el moralismo naif de Ana Guerra y Juan Magán, cuyo tema Ni la hora funda, si no me equivoco, la vanguardia pop del electrolatino feminista.
En efecto, si hasta ahora a la estrella del mainstream estival le pedíamos una voz aceptable pero sobre todo un cuerpo contundentemente normativo, a la estrella del futuro ya no le bastará el atractivo físico sino que debe acompañarlo del moral. Hoy la moral pública está en manos del feminismo, que fija los pecados -del mortal al micromachista-, gradúa las penitencias, pone coto a los instintos y prescribe la redención del aliado previo sacramento de la confesión en redes. En el caso de Ana Guerra, que ronda la edad media de la tuitera militante, el capitalismo vuelve a demostrar su diabólica inteligencia casando el eterno ánimo de lucro con la obediencia a los nuevos mandamientos. Me gusta ser una zorra, de las Vulpes, difícilmente sonaría hoy en una barbacoa de sensitivos mileniales. En cambio, las adolescentes tararean unos versos -«Hola, mira qué bien me va sola / Nadie a mí me controla / Y aunque me lo pidas, ya no te doy ni la hora»- que ya formuló Olé Olé con mayor beligerancia, mejor humor y mucho menos puritanismo.
La ingenuidad naïf de las mujercitas presentes es no mucho más ni mucho menos (que) la misma que impulsó a Nico al cutting edge de la modernidad neoyorquina circa 1967. A Lou Reed le encantaban, idolatraba a los Everly Brothers, cosa que incluso aunque tenga los oídos tan duros como los de un fan promedio del Velvet Underground (qué tropa) no dejará de ser evidente para ud si escucha el tercer disco de la banda. Es el más impopular de todos (también el que tiene letras con más trasfondo) así que puede añadir canciones como Sunday Morning o I’ll Be Your Mirror para ver de lo que hablo. Canciones que en los EB tenderían a sus armonías asíntotas en las que se roza se roza sin llegar a tocar – el cielo y el infierno adolescente- frente a la voz de Lou que…o de los asistentes/as de Lou que…Bueno, Lou asumimos que hacía lo que podía. así acabase sonando a lata. Tal vez la Groschenheft estilo Kurt Weill que compuso con Berlín -¿pensando en Nico? chi lo sá- fuese lo que más se aproximase a unos EB sin ser una bomba lacrimógena, Pero los equívocos, Dios santo, ¡los equívocos! Y ahora me viene ud con feminismo sintético del verano.