
Boabdil el alto.
Vuelve Sánchez a la carretera y va a necesitar el depósito de gasolina del tráiler de Mad Max. Le dará tiempo a recorrer España varias veces antes de que descubra, al mirar por el retrovisor, que nadie le sigue. Mientras reciba palmadas de ánimo militante en alguna pedanía ampurdanesa se dejará llevar por la ilusión de que está vivo. Luego todo se precipitará y al final habrá que hacerle hueco en las tertulias.
Yo entiendo a las almas izquierdistas a las que el odio a Rajoy les vuelve simpática la intrepidez de nuestro motorista fantasma. Pero acaso desconocen la catadura del personaje que ha traicionado a todos y a todo desde que el destino lo ungió con su dedo de ámbar. Siempre que llamemos destino a Susana Díaz, claro: ese mito de que Sánchez es el líder de la militancia frente al aparato se licúa al recordar que fue Susana la que ordenó votar al guapo maleable frente a Madina, que tenía una personalidad, esa cosa incómoda. Tardó poco en reconocer su error. Sánchez duró al frente del PSOE mucho más tiempo del que merecieron sus traiciones. A Susana le prometió que no se presentaría, a Gómez que lo mantendría, a Felipe que se abstendría. A España que se envolvería en la rojigualda, a los votantes que combatiría el populismo bolivariano. Y entre medias nunca encontró un rato para desarrollar un programa político de más de dos letras: n, o.