
La historia del siglo XXI empieza ahora, en el punto en que la interrumpió la fiebre ideológica del XX. No vamos a repetir el auge de los totalitarismos: más bien toma cuerpo la revancha colonial embridada por el imperio del derecho a partir de la posguerra. Claro que el imperialismo yanqui incurrió en innumerables y ominosos ejercicios de hipocresía durante la segunda mitad del siglo XX, pero conservaba hasta ahora la aspiración a proteger el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. El viraje ruso auspiciado por la ansiedad contable de Silicon Valley frente al dinamismo chino ha instituido el gobierno de la oligarquía, por la oligarquía y para la oligarquía. Los pueblos débiles que no se plieguen a la nueva vieja ley de la selva, como aquellos melios que se resistieron inútilmente al expansionismo de Atenas en el célebre diálogo de Tucídides, servirán de carne de cañón y mina de recursos para los fuertes.







Me da que en esta guerra intervienen intereses más recónditos que los puramente materiales. Elon Musk tendría, por ejemplo, que estar agradecido a Putin por el asilo -no sé si es la palabra, pero me entiendo- que ha proporcionado a miles de granjeros boers paisanos suyos encantado -Putin- de tenerlos como colonos cuando éstos se encontraban viviendo en Sudáfrica con las maletas hechas. Naturalmente no es una cuestión de la que se pueda discutir libremente -¿Y Zimbawbe, qué se fue?- pero que podemos imaginar como quema la conciencia de los nuevos desclasados. Que no tengan el pasado ni el muscle ni el glamour de, por ejemplo, los pies negros argelinos, no quita para que quieran revisar las cuentas bien revisadas. Ni quito ni pongo, lo digo en serio