
El papel de Judas en el drama cristiano ha estimulado desde siempre a las inteligencias rebeldes o indóciles al acatamiento de las convenciones. Thomas de Quincey, célebre por elevar el asesinato y la drogadicción a la categoría de arte, fue el primero en reivindicar al apóstol maldito. Lejos de encarnar al traidor puro que se nos ha contado, Judas fue para De Quincey un revolucionario sincero, un zelote de fe ardiente que deseaba acelerar la promesa mesiánica de libertad colocando a Jesús en el trance de tener que manifestar su poder triunfante sobre el yugo de Roma. Si acaso su error fue el mismo que el del tertuliano vulgar: creer que todo en esta vida obedece a razones ideológicas.