
Los dramaturgos antiguos miraban a los hombres de rodillas, e imaginaron héroes trágicos. Los modernos se atrevieron a mirarlos de frente, e inventaron el realismo de las grandes novelas decimonónicas. Pero yo soy Valle-Inclán, dijo Valle-Inclán: los miro desde el cielo, en visión cenital, y todos me parecen ridículos. Así alumbró el esperpento, género español por antonomasia, y así hemos de mirar el teatro absurdo de la política contemporánea siguiendo a Madariaga, para quien los españoles adoptan ante el rumbo de su Estado la posición de espectador y comentarista, a diferencia de los ingleses, que prefieren participar activamente en la representación.