
Pertenezco a una generación que nació con la democracia ya parida, con España ya resuelta y con el liberalismo dado por supuesto como los peces presuponen el agua. El presidente se llamaba indefectiblemente González, el rey Juan Carlos nos dirigía un irrelevante mensaje cada Navidad y nuestro único miedo consistía en que los avisos de bomba que llegaban regularmente al colegio en época de exámenes no fueran otra broma de un holgazán de COU. La vida tardaba en empezar a ir en serio, y cuando lo hacía nos conminaba a la elección de una carrera que nos gustase y que no estuviera desprovista de salidas; antes había que pasar por un Erasmus, mucho cine americano y la reiterada epifanía del botellón. La política, cuando excedía las pintorescas batallitas de rojos y fachas con la mahou en la mano, solo revelaba una obsesión de inadaptados de un bando y de otro.