En el Palacio de la Pena

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Palacio dela Pena, en Sintra.

Los portugueses sienten tanta alegría al contacto con la tristeza que su música nacional es una forma refinada de lamento llamada fado y su mayor atracción turística se llama Palacio de la Pena. Ellos han hecho de la languidez un pujante negocio al modo inverso en que el capitalismo anglo nace del optimismo de la voluntad protestante, ese espíritu de emprendimiento con que los catequistas de máster evangelizan a las tiernas camadas de animal de cuello blanco. No es que los portugueses no sean emprendedores, que lo son cada vez más, sino que tienen la elegancia de disimularlo con todo el pesimismo que aún son capaces de extraer del alma nacional, que es un alma en pena que no deja nunca de sonreír.

Este nudo de paradojas encuentra en Sintra su colorida apoteosis. El rey Fernando II, que venía de Sajonia calado de romanticismo, se inventó en la montaña alzada sobre la nariz de Iberia una fantasía medieval, entre gótica, mora y manuelina, que convierte a Gaudí en un discreto minimalista. Aprovechó para ello no solo la estructura del abandonado monasterio de Nuestra Señora de la Pena sino también su nombre, y a nadie le pareció incoherente que tuvieran que referirse con pena al más desenfadado estallido de imaginación del sur de Europa. Esa ambigüedad define un carácter. El carácter que elige como mitos nacionales a una novia cadáver como Inés de Castro y a un rey que nunca llega a ser coronado como Sebastián.

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2 comentarios

31 julio, 2018 · 12:33

2 Respuestas a “En el Palacio de la Pena

  1. dicterios de la sibila Casandra

    Creo que fue un cónyuge Gotha-Coburgo el responsable de la disneylandia, al estilo de su primo Luis II con sus palacetes bávaros. Si quiere encontrar un recuerdo centroeuropeo como es debido vaya a la calle principal de Coimbra y siéntase por un momento como si estuviera en Salzburgo. Las princesas portuguesas que se casaron con Fernando VI y Fernando VII , aparte del hecho de ser unas reales menegildas -no es quizá culpa suya, sino del negocio del chocolate y el azúcar que dio impulso a todo ese siglo y puso también bien rollizas a Teresas y Catalinas austrorusas- fueron unas excelsas y refinadas mecenas a las que se deben la presencia en España de Scarlatti, el barrio con más empaque de Madrid (la embajada portuguesa con el mismo encanto) o la apertura del museo del Prado. Los turistas, según leí en Viena, son los terroristas. Obviamente, hay de todo aunque no deja de notarse una nota media bastante humildica.
    Ps. Qué comentaristas suscita vuesa merced. Parecen restos del botellón de ayer, o del otro o de un día cualquiera.

  2. Un consuelo leer (a) el artículo, muy bueno, con el humor acostumbrado por el autor; y (b) el comentario de la sibila Casandra.
    Es muy probable que los turistas sean bastante «terribles». Hace poco se publicó uno de esos artículos de «comentarios de los turistas que visitaron en España tal o cual sitio» y podía comprobarse la terribilidad, hasta de los expertos contratados para responder a los comentarios turísticos. Me da igual que el nombre del Palacio sea de La Pena o de El Pendo. El artículo propone una curiosa diferencia entre el imaginario portugués y el español y unas frases finales sobre un bien escaso: la pena verdadera, sustituida alegremente (¡alegremente!) por el victimismo. Que es como sustituir el whisky por el whisky sin alcohol…

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